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viernes, 2 de mayo de 2008

Entrevista a Manuel Morini (Gustavo Amézaga) - Primera Parte

Maestro de guionistas en la Editorial Columba, don Manuel Morini o su alter ego Gustavo Amézaga dejo en nuestras lecturas infantiles una huella de aquellas imposibles de borrar, obviamente nos referimos a las historias que escribió para Nippur, Dax, Dago y Crazy Jack, en nuestro caso fueron leídos de manera aleatoria, conforme accedíamos a las revistas que encontraramos en la Lima posterior al denominado "Gobierno de las Fuerzas Armadas", números aparecidos en los 70 y 80 que fueron importados de manera masiva y que con mis hermanos tratabamos de conseguir donde pudieramos encontrar.
Agradecemos el tiempo que nos ha dedicado, valoramos en especial la calidad muy humana y personal que se ve expresada en el desarrollo de cada una de sus respuestas.
1. ¿Quién es Manuel Morini y cómo se define como persona y ser humano?
Metería todas las categorías en el mismo bolso. En un principio me consideraría del lado de los “buenos”, aunque no reacciono con sensatez ante los ”malos”. Pero cuidado, antes de enfrentarme calculo en términos de pérdidas y ganancias. Y si las pérdidas son mayores, me retiro.
¿Pero qué es el Bien y el Mal? Coincido con los conceptos clásicos, solo que otros no. Creo en patrones éticos y estéticos personales que fui construyendo a medida que creía. Y aún no he terminado. No solo me gratifica ganar, sino también perder. Quiere decir que utilicé todas mis habilidades, pero que aquello o yo aún no estábamos listos. Voy tras lo que me interesa de modo obsesivo. Detesto la farsa, con el sufrimiento consecuente de verlas todo el tiempo en la calle, en los medios y en los dirigentes. Supongo que, en definitiva, esas son las razones para que algunos me detesten, pero te aseguro que mis selectos amigos son de fierro, aún los que no piensan como yo.
2. ¿Cuál fue el origen del seudónimo Gustavo Amézaga y que ventajas y desventajas te ha traído?
En realidad, cuando empecé, no imaginaba escribir con seudónimo. Fue el Jefe de Arte de Columba quien me convenció de que Manuel era nombre de almacenero. Y vaya si tenía razón. Mi abuelo materno Manuel lo era. No lo conocí. Pero sé que era un tipo honorable. ¿Qué importa que sonara a qué? Yo solo quería publicar mi maldita historieta. Tenía solo dieciocho años y no quería darles el primer pretexto para ser eyectado. Así y todo puse la condición de que dicho seudónimo no fuera anglosajón. Ya había varios, reales o no. Entonces tomé mi segundo nombre y mi apellido materno y los junté. Julio Álvarez Cao decía que mi nombre sonaba bien. Manuel Morini. M.M. El viejo truco de las iniciales iguales. Como me fueron conociendo bajo el seudónimo, decidí que sería mejor continuar usándolo. Hace seis años, al cambiar de editor, lo abandoné. Ahora, Thalos lo ha exhumado para editar algunos de mis trabajos en Argentina. ¿Ventajas? Los lectores me conocen así. ¿Desventajas? No lo sé. Si hasta hay lectores en potencia que ni siquiera conocen a Gustavo Amézaga.
3. Como artista y creador, ¿cuáles han sido tu formación y estudios?
Los estudios vienen después del querer ser artista. Por lo demás, me siento más cómodo en la casilla de narrador. De chico me mandaban a estudiar de todo. Música, dibujo, inglés. A la vez que andaba con los pantalones rotos en los playones del ferrocarril cazando lagartijas y ranas. A los siete tenía mi primer personaje de comics llamado “Muerte Segura”, una suerte de humanoide monstruoso con un cuchillo ensangrentado en la mano. A los nueve escribí algo que creía una novela llamada “La Venganza de Frankenstein”. Fan de las series americanas en blanco y negro, descubrí que el cine era su hermano mayor e iba tres veces por semana, incluso para ver las eróticas en los cines de barrio. Durante el secundario aprendí muchas cosas y no precisamente en las aulas. Fueron los años de plomo. De sentimientos contradictorios y dolor. A los quince, me uní a un grupo de compañeros para investigar el fenómeno de los Platillos Volantes y todo lo paranormal que apareciera por allí. No voy a contar ahora en todos los sucios rincones donde me metí, pero sí que en cuanto ocurría algo extraño e inexplicable, nos presentábamos con total desfachatez en las productora de TV asegurando que nosotros sabíamos del tema. Al vernos ellos en nosotros ya en sí un fenómeno les resultábamos graciosos y salíamos al aire a explicar, no sin cierta pedantería, nuestras teorías.
Por aquel entonces me había hecho fan de una tira diaria que aparecía en el diario Clarín llamada “El regreso de Osiris”, escrita y dibujada por Alberto Contreras, guionista de Columba. En uno de esos shows tuve el honor de conocerlo. Fue el primero en enseñarme cómo escribir un cómic.
También leía todo lo bizarro que cayera en mis manos, matizados por lecturas de clásicos y no tanto. A los diecisiete ya me consideraba con los conocimientos suficientes como para escribir un guión y fui a ver a Carlos Vogt, quien me apadrinó ante Columba. Cuando me agarró el Jefe de Arte me di cuenta de todo lo que NO sabía. Y faltaría mucho para averiguarlo y ensayarlo. Después empezó mi carrera cuasi académica. Estudiando Cine en la única escuela privada que existía Buenos Aires y asistiendo a infinidad de talleres de guión. Pero mi maestro, mi verdadero maestro fue Antonio Presa, el tan mentado Jefe de Arte de Columba.
4. ¿Quienes han sido las personas que más han influenciado en tu vida personal?
Creo que en primer lugar, aunque no en el definitivo, fueron mis padres. Ellos era los que me compraban libros además de poseer mi madre una biblioteca, sino clásica, al menos considerable. Como dije, me tenían que arrancar de la tele cuando emitían “Los invasores” o “Kung fu”.
Me dedicaré acá solo a aquellos a los que he tenido contacto personal. Primero, en el tiempo, Alberto Contreras; después Carlos Vogt, que no solo me obsequió generosamente los primeros tips, sino que llevó en mano mi primer guión a Columba. Robin Wood, más que maestro era mi ídolo. Sin advertirlo, el me ensañaba cosas. No sólo cómo escribir una buena aventura, sino también vivirla. Cada tanto, se daba una vuelta por Argentina y trataba de aprovecharlo al máximo, con la complicidad y amistad de Antonio Presa. Y acá llegamos a un hito personal. Antonio Presa. Maestro del arte y de la técnica. Dibujantes y guionistas le debemos más de lo que solemos admitir. Fue el titiritero en las sombras. Como editor, supo encausar a los artistas en sus corrientes naturales. Con su gestión, la empresa dio un giro comercial definitivo. Lógicamente, todo esto es una suma de hechos y actores. Como la llegada de Wood, de Olivera, de los Villagrán, Mandrafina, etc. Pagaba bien. Y enseñó a todos los que quisieran aprender. Yo fui uno de esos privilegiados. Quizá el más cercano de todos. Fuimos amigos hasta sus últimos días.
5. ¿Cómo se ha visto influenciado el entorno familiar con el trabajo que realizas?
Jamás me había puesto a pensar en ello. Al terminar el secundario me tomé un año para trabajar sobre la escritura. Mi vida era leer, escribir, conocer chicas, ir a la cinemateca del teatro Sha y pasar las tardes saqueando las heladeras de mis amigos, así como ellos saqueaban la de casa. Muy buena época. Pero no tanto para mi madre. Creía que me había perdido definitivamente. Cuando empecé profesionalmente todo cambió. Ya no pedía dinero, sino que ahorraba aprovechando la beca de vivir bajo su techo sin poner un peso. Seguí mis sueños y viajé a Europa con una amiga a la que conocí meses antes y nos separamos días después de llegar. Al volver sentí la necesidad de estar solo. Viví así por años en un departamento, de modo que no molesté a nadie, ni viceversa. Luego, un par de parejas que entendían mi trabajo no interfirieron en él. Aclaro que soy animal diurno, duermo de noche, no me gusta acostarme tarde y trabajo de día. Lo más normal del mundo. Desde que me casé, hace más de veinte años, cada uno trabaja en lo suyo sin molestar al otro. Y eso que al principio vivíamos en un departamento de veintinueve metros cuadrados incluidas partes comunes . Si tengo que decir algo, es que el entorno familiar -incluidos padres y hermanos- se han beneficiado. Nos queremos todos. Soy generoso con ellos, así como lo son conmigo.
6. ¿Cuáles consideras que han sido tus aportes al género?
El principal aporte fue sin duda el de descubrir nuevos talentos como Jefe de guionistas de la Editorial. Esa era la orden que Presa me había dado. Para los dibujantes estaba él. Yo me ocupaba de los guionistas nóveles. Leía sus trabajos. Anotaba todo para comentarles punto por punto lo que tenía y lo que le faltaba, invitándolo a corregirlo. Uno de ellos es Jefe de la Cátedra de comunicación de la UADE. Otros son guionistas de TV. Algunos siguen siendo historietistas y otras cosas. Tenían función de editor, sugería temas, novelas a adaptar, etc. Ayudé, en definitiva a desacelerar la inevitable caída que ya sufría Columba en el momento en que entré. Como guionista, un poco. Después de la generación de Wood y Trillo, discípulos creativos de Oesterheld, el oficio se desdibujó un poco en Argentina. Cerraron las editoriales. Muchos migraron para Europa o Estados Unidos, otros cambiaron de ocupación, incluso yo, trabajando como dialoguista en las sombras para TV. En historieta no sé si tuve éxitos pero sí grandes satisfacciones.
Con Crazy Jack en primer lugar y Khrysé en segundo. Parte importante para mí fue la de convertirme en guionista asistente de Wood. Le escribía, digamos un Savarese, y él lo reescribía incomparablemente mejor. Era la época en la que Robin tenía una enorme producción, se entiende. Confirmada mi capacidad, comencé a trabajar como suplente. Robin vivía fuera de Argentina y aún hoy lo sigue haciendo. Enviaba sus guiones por carta, a lo sumo por fax, manuscritos. Algunas veces no llegaban a tiempo y me encargaban un episodio circular, que no cambiara la línea argumental general tramada por Robin. Así trabajé con Mandrafina, Salinas, Olivera, etc. Los grandes, digamos. Después, cuando Robin se cansaba de esa serie, entre Armando Fernández, Ricardo Ferrari y yo, las seguíamos sin descuidar las nuestras. Es así como hoy escribimos con Ferrari los Dago Mensuales para Italia en tanto que Robin se dedica a su exquisito trabajo del semanal con dibujos de Gómez.
7. ¿Qué significó llegar a ser parte de Editorial Columba?
Todo. Columba era el Hollywood de los historietistas. Con los mismos defectos y ventajas de la Meca del Cine. Pero se toma, o se transita por las afueras. Y yo quería bebérmela toda. En especial porque era un adolescente. No sólo iba a realizar mi sueño de ser guionista, sino que compartiría cartel con los grandes, ganaría dinero. En síntesis, me convertiría en un adulto y, además, viviría de mi “arte”. ¿Hay alguien que aspire a algo más? En aquel momento, la culminación de mi carrera. Poco después descubrí que era solo el principio de ella. Además de convertirme en uno de sus guionistas, trabajé de manera corporativa como coordinador y editor. La experiencia ganada allí en diferentes áreas técnicas y humanas fue impresionante e impagable. Columba se convertía en mi segunda escuela y en mi segundo hogar. Desayunaba, estudiaba, trabajaba, almorzaba, me encontraba con colegas -muchos de los cuales hoy son mis amigos- con los que discutíamos sobre temas infinitos. Si hubiera habido una cama, hasta me hubiese quedado a dormir.
8. ¿Cuales fueron las etapas vividas en los años en que trabajaste en Editorial Columba?
Demasiadas para mi gusto. Pero nada es estático ni permanente. La primera, a los diecisiete, desde fuera. Iba una vez por semana a sesiones de coaching dictadas en persona y de manera individual por Antonio Presa, el jefe de Arte. ¡Y gratis! No podía creerlo. Fue cuando empecé a publicar. Como tenía conocimientos técnicos de narración por mis estudios cinematográficos, me contratan para guiar a los guionistas nóveles y leer guiones sobre los que debía redactar un informe. Con otros artistas y diseñadores que ya había allí, formamos un equipo humano increíble. Además de trabajar, nos divertíamos a lo loco. Un verdadero semillero. Estábamos tapados de ideas. Hasta formamos una escuela de guionistas con gente muy selecta, algunos de los cuales trabajan hoy para TV a tiempo completo, o son renombrados investigadores en áreas de la comunicación. No lo sabíamos en aquel entonces, pero aquello era idea de Presa. La curva de ventas caía 1 % por mes y pretendía crear una generación de artistas que insuflara nueva vida a un cuerpo que la perdía de a poco. Pero fue inútil. Rivalidades y resentimientos en las esferas superiores los mantenían ocupados en otra cosa.
Fui testigo de cómo una pariente cercana de los dueños era contratada primero como correctora, luego como Jefa de correctores, después Jefa de Redacción, luego editora y finalmente Gerente General. Una meteórica carrera en tan solo cinco años. Increíble. Cuando llegó al último puesto, me despidió. Nunca explicó claramente sus razones. Su ineptitud e ignorancia en el tema dieron el último empujón. La editorial tuvo que venderse y entonces fue ella la despedida, para no volver a asomar nunca la cabeza a un mundo al que jamás perteneció. Los nuevos propietarios volvieron a contratarme, pero ya no fue lo mismo. La pobreza de medios había vencido y un par de años después la cerraron definitivamente. Participé como consultor en la venta del archivo y las marcas a testaferros de supuestos capitales españoles. No tengo idea a dónde a ido a parar todo aquello.
9. ¿Cómo era la “vida cotidiana” de trabajar para Columba?
Algo de eso respondí en la pregunta anterior. De 8 a 14 hs, mi trabajo como editor de guionistas. De 15 a 19, en casa escribiendo. Dos mundos contrapuestos y, sin embargo, tan unidos. Por la mañana, reuniones, algarabía, satisfacciones y decepciones. Por la tarde, soledad, silencio, concentración y más trabajo.
10. ¿Cuáles consideras que han sido los aportes de Columba al género de la historieta?
Fue fundamental entre lo 70’s y los 80’s. Nada menos que veinte años, aunque persistió más de ochenta como empresa. Una de las dos o tres de más trayectoria en el país. Descubrió a Robin Wood, a Marchionne, a Mandrafina, a los hermanos Villagrán, a tantos otros, que siendo ya genios se convirtieron en renombrados luego de pasar por sus páginas. Hizo volver al ruedo a Oesterheld, quien por aquel entonces no tenía domicilio fijo y le dieron una oficina para él solo para que escribiera lo que quisiera, siempre y cuando se adaptara a la línea editorial, cosa en la que el Maestro no tuvo el menor problema. Infinidad de personajes que quedaron en la memoria cultural y colectiva no solo de Argentina, sino del Cono Sur. No necesito nombrarlos. Están todos en este blog.
11. ¿Cuáles fueron los orígenes de los primero guiones que publicaste?
Desde luego que antes había escrito otros que jamás vieron la luz. Pero el primero publicado fue inspirado en una canción de Bob Dylan llamada “Hurricane”, habla de la mafia del box y ése fue el tema. No recuerdo su título ahora, aunque el segundo fue “Aves de Presa”. ¿Habrá sido inconscientemente un homenaje a mi maestro? Al convertirme en guionista asistente de Robin, comencé escribiendo la base para algunos episodios de Savarese. Por ejemplo “El rey del basural”, inspirado en un mestizo, madre brasileña y padre vaya a saber qué. Lo conocí durante un verano que pasé en Bariloche. Cargaba algún delito a sus espaldas y vivía prófugo de la justicia en una cabaña en lo alto del cerro Otto. No bajaba a menudo a la ciudad, y cuando lo hacía, de noche, caminaba mirando el suelo. Tenía un sofá destartalado al aire libre, rodeado de flores donde nos sentábamos con amigos a conversar. A veces lo acompañaba a remar en kayak por el lago Nahuel Huapi. Me señalaba una elegante casa en la otra orilla contándome que soñaba con robarla. Tiempo después aparece una noche en casa, en Buenos Aires, durante la que tomamos unos vinos y desapareció para siempre. Días después, me entero que un amigo estaba detenido por comprar objetos robados que le había vendido el Negro. En otro Savarese me inspiré en el guionista Albiac. Su alter ego era Alby Ackerman, un periodista que se mete en problemas. Pero lo más curioso fue cuando le envié a Robin un episodio donde llegaba una prima de Anne Mette, novia de Savarese, aunque también esposa de Robin en la vida real. Esa prima-personaje se llamaba Ingeborg. Robin me preguntaba confundido cómo es que yo sabía que Anne Mette tenía una prima llamada Inge. ¿Telepatía? Vaya uno a saber. Por último, mi primera serie y la que me dio tantas satisfacciones. Crazy Jack. Si mirás bien, te vas a dar cuenta que es Mad Max. Ocurre que después, cobró vida propia y transitó otros caminos de tinte más orientado a la fantaciencia.
12. ¿Cuáles fueron los momentos más agradables y desagradables que vivieras al trabajar para Editorial Columba?
Fueron tantos los momentos agradables que hacen olvidar los otros.
13. ¿Qué anécdotas recuerdas de tus compañeros de labores?
Toda una vida de ellas. Además, éramos jóvenes. Vivíamos haciéndonos bromas de todo tipo. Un día, uno de ellos me avisa preocupado que me busca un tal Gustavo Amézaga. Me encontré con un gaucho que se emocionó hasta las lágrimas al conocerme. Venía desde el interior para estrecharme la mano. No porque fuera mi fan, sino porque era mi homónimo. En redacción trabajaba una señora que hablaba demasiado sin importarle el interés de sus temas. Un día vino a nuestra a oficina a hacerlo. Tuvimos que escucharla media hora. Cuando se fue, arrojamos bolas de papel contra la puerta justo cuando se asomaba para contarnos algo que había olvidado. Los proyectiles ya habían sido lanzados y se estrellaron contra su cara, quedando pasmada y confundida. Recuerdo también el día que filmamos un “blooper” después de hora para enviar a un show de concursos. Armamos un cumpleaños, con bonetes, matracas y torta. El cumpleañero la apagó con un eructo feroz que duró más de treinta segundos. Recibió un segundo premio. Durante un tiempo, solía traerme guiones un alcohólico sin talento. Yo debía rechazarlo con la mayor elegancia posible. Una tarde me esperó en la calle, a la salida, más borracho que nunca. Quería pegarme. Aún sin yo hacer nada, no lo consiguió. También recibí amenazas anónimas telefónicas de alguien que decía ser un mutante de “Mark” y que me iba a liquidar. Quizá se tratara del alcohólico. Nunca lo supe. Siempre recordaré las medias lunas calientes que traía Armando Fernández por las mañanas. No hay tipo más sociable que él. De guión era de lo que menos hablábamos. Alguien con quién compartí importantes momentos fue con Julio Álvarez Cao, guionista de Cabo Savino y tantos otros personajes. Yo tenía diecinueve años y él sesenta. Nos hicimos amigos de inmediato aunque era mas bien una relación parental. Un maestro de vida. Aún hoy conservo su navaja, aquella que siempre llevaba encima. Hubo también una época en que nos negaban las revistas a los empleados y mi jefe se las regalaba a los vagabundos que venían a pedir. Me enojé con, nos gritamos. Jamás me había peleado con él y jamás volví a hacerlo. Diez minutos después estaba pidiéndole perdón. Durante un tiempo hubo un gerente que no recuerdo su nombre. Se trajo su propia secretaria que, obviamente, era su amante y todos lo sabíamos. Una tarde, la señorita en cuestión se paró delante mío para seducirme con unos pasos de danza e invitarme a bailar por la noche. Maldita sea, tuve que negarme. Era ella o mi trabajo. Estas son las que se pueden contar. Hay más.
14. ¿Qué recuerdo tienes del señor Ramón Columba, de los directores y de tus jefes en general?
Hay que hacer una aclaración. Cuando se dice Ramón Columba pueden ser las tres generaciones. Existió un primer Ramón, taquígrafo del Congreso de la Nación, eximio dibujante que, junto a su hermano Claudio, funda Editorial Columba. Pero es cuando sus hijos asumen el mando que se convierte en verdadera y completa editorial de historietas. Estos hombres, se llamaban también Ramón y Claudio, respectivamente. Pero eran primos. Y hay una nueva generación de primos segundos llamados también Ramón y Claudio. De modo que debemos tener presente la singularidad de cada uno de los tres, o los seis, como quieran. A la primera generación no la conocí. Mis recuerdos de los demás son gratos, en general. Pudimos estar no de acuerdo en temas puntuales, aunque ellos jamás lo supieron. Todos los Columba que he conocido son gente honorable.
Luego, los demás directivos, que han sido demasiados, son para mí un desfile de rostros. Los veía pasar, como a los días. De pura casualidad, hasta un primo hermano mío fue uno de ellos. Durante su gestión lo vi solo una vez. Luego de su gestión, un par de veces más. El que jamás olvidaré es ese hombre astuto, hábil, que se mantenía siempre en segunda línea jugando en primera y hasta sacando tajada de ello. Mi maestro y amigo Antonio Ramón Presa, que en paz descanse.
Abril 2008

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Mi padre ha trabajado con usted en columba.... :)

Siempre lamentó ver como se fue apagando la editorial y ver como se iba la gente poco a poco....

Saludos

Matías Gaetano
nippur83@yahoo.com.ar

Anónimo dijo...

Manuel Morini: hablás de mi gestión con despecho y sin fundamentos. No tuviste ninguna idea de cómo se estaba sosteniendo en los momentos más difíciles la editorial. Creo que hasta ni te importó. Lamento y mucho que no hayas tenido el valor de hablar claramente lo que pensabas. Es muy cobarde de tu parte. Lo intuí desde que te conocí y leyendo tus palabras, corroboro mi impresión. Qué penoso resulta que alguien que dice ser guionista, no pueda utilizar la palabra para la comunicación. Ojalá tu conciencia te permita comprender lo que te estoy diciendo. Laura.

Anónimo dijo...

Siento muchìsimo resentimiento en tus palabras dirigidas a mì...hubiera sido mucho màs constructivista que te atrevieras a hablar...Tu pensamiento reduccionista te empobrece màs aùn. Làstima que hayas perdido la memoria, y no recuerdes todo el esfuerzo que hizo Claudio Columba, para que, en la década de los '90, la editorial no fuera a quiebra y dejar a todos los empleados en la calle y evitar las indemnizaciones. Te olvidaste tambièn de eso?